Los movimientos
“antiprisas” y los restaurantes de comida lenta no son la solución a los problemas de estrés y al frenético ritmo de vida “El ritmo de los acontecimientos es hoy tan acelerado, que, a menos que aprendamos a prever el mañana, no podremos mantenernos en contacto con la actualidad”, Dean Rusk, político estadounidense (1909-1994).
Nuestra sociedad se caracteriza por la rapidez del cambio y del incesante
crecimiento tecnológico. Vivimos sumergidos en la sociedad del nanosegundo, donde el reloj se ha convertido en un complemento imprescindible. Nos alimentamos de segundos. Al salir de casa para ir a trabajar miramos la hora y contamos los segundos que nos hacen falta para llegar al parking con el ascensor, poner la llave en el contacto,
abrir la puerta con el mando a distancia, subir la rampa, un segundo
para mirar que no pase ningún peatón, 20 segundos en el semáforo...
y cuando el de delante tarda un segundo más de lo previsto en
arrancar... ¡piiip! ¡bocinazo!
Las consecuencias no son baratas. Nacen nuevas enfermedades: la
gripe del yuppie, hoy en día llamada fatiga crónica, detectada en personas
de entre 20 y 40 años con alto grado de estrés laboral, y que
termina por reducir la capacidad de trabajo del individuo en un 50%.
El “síndrome de la felicidad aplazada” (deferred happiness syndrome),
que sufre el 40% de las personas de países desarrollados, se caracteriza
por la angustia de no tener tiempo para cumplir con las obligaciones,
con lo que el individuo pospone ocio y descanso.
Además, como es lógico, el frenético ritmo de vida crea nuevos negocios
enfocados a los individuos “sin tiempo que perder”, y llegamos a
absurdos como el azúcar soluble, para no malgastar tiempo removiendo
con la cucharilla.
Ya en su época, Charles Chaplin reprodujo en la película Tiempos
Modernos la preocupación, del empresario en ese caso, por encontrar
el modo de que sus trabajadores trabajasen de la manera más
eficiente (que no eficaz). Para ello contrataba a varios científicos que
tenían como meta desarrollar una máquina que diera de comer al
trabajador. Si bien es verdad que las condiciones en las que se trabaja
actualmente son mucho mejores que las de aquella época, y que los
11 Revista de Antiguos Alumnos del IEEM empresarios cuidan las diferentes motivaciones de su equipo, la preocupación por optimizar el tiempo
no ha cesado.
Fruto de ello ha nacido un nuevo movimiento que, consciente del ritmo a contrarreloj en el que vivimos, ha reaccionado en su contra. Es el movimiento “antiprisas”, fundado en Roma en 1986 como respuesta a la implementación de un restaurante de comida rápida en la Plaza de España, y que ya cuenta con 65.000 miembros en 42 países. Tomaron el nombre de Slow food abogando al placer de comer saboreando. Más adelante vieron que comer despacio no era suficiente y crearon un nuevo concepto de ciudad: las Slow cities. El logotipo de estas 32 villas italianas es un caracol conduciendo un automóvil, y sus principales características son:
la prohibición de circular a más de 20 km/h, la creación de más espacios con grandes zonas verdes para pasear, la eliminación de antiestéticos carteles publicitarios, la fundación de Slow schools (escuelas sin timbres, con una enseñanza sin competencia, sin masificación y con horarios flexibles para adecuarse a las necesidades de los alumnos), entre otras. Esas villas se inspeccionan anualmente para comprobar que siguen mereciendo su título de Slow.
Han surgido otras asociaciones, como la Sociedad para la desaceleración del tiempo (“Un tiempo para todo, y todo en su tiempo correcto”); la Fundación por un Largo Ahora (The Long Now Foundation); la española Asociación para la Liberación del Tiempo y de su Ordenamiento; la de Carl Honoré, periodista “ex adicto a la prisa”, llamada Take back your time (Recupera tu tiempo), que desde hace cuatro años celebra la Conferencia del tiempo y hace propuestas
tales como la del año pasado al Congreso de los Estados Unidos: la instauración del 24 de octubre
como el Día oficial sin relojes.
No es el único efecto rebote a nuestra sociedad nanosegundista: sólo hemos de pasearnos por las
calles de nuestra ciudad y ver la reciente aparición de Spas (centros de relajación mediante terapias y masajes) o la moda en alza de técnicas de meditación oriental como el yoga o el taichi, “para relajar cuerpo y mente”.
La slow life puede ser atractiva, pero también puede constituir un debilitamiento de la mente y de la capacidad operativa de la persona. Sin un mínimo de estrés, el ser humano tiende a “acomodarse”, ya que no se desencadena la motivación necesaria que impulsa a iniciar una actividad. Además, su planteamiento de no ejercer presiones sobre el individuo
crea personas sin caparazón, débiles ante las situaciones difíciles y poco habituadas al liderazgo.
Consciente de ello, la empresa, como sociedad formada por un conjunto de personas, debe encontrar un punto de equilibrio de “sin prisas pero sin pausas”, y ayudar a su equipo a entrar también en él (ya sea dando soporte psíquico o con talleres sobre
organización, etc.). De esta manera, el valor añadido de la empresa se incrementará gracias al buen ambiente de trabajo y, como consecuencia, también aumentará el rendimiento del negocio.
(Referencia: FERNÁNDEZ, Vicente y MELADO, Asunción. Se acabó la prisa. Llega la slow life, la cultura de ir despacio. QUO, nº 109, 2004, pp. 56-62).
De Revista Nuevas Tendencias, Nº 56, octubre de 2004,
Universidad de Navarra.
:: Por Pili Munné ::
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